COLUMNA DE OPINIÓN


En esta primera publicación que realizamos desde el área de feminismos y descolonización de Ciudad Común, presentamos una breve entrevista realizada a la doctora en literatura latinoamericana, escritora, crítica literaria y académica de la Escuela de Humanidades de la Universidad de California, Irvine, la doctora Lucía Guerra.
Desde los inicios de su carrera, la Dr. Guerra ha estado relacionada con el estudio de la literatura escrita por mujeres y, además, sobre el análisis de textos latinoamericanos desde una perspectiva descolonial y feminista. A su vez, ha desarrollado diversas novelas y cuentos que representan críticamente la visión de las mujeres en términos de experiencias y formas de vida. Estos trabajos han sido ampliamente reconocidos por la crítica internacional, siendo galardonada en reiteradas ocasiones. Entre estos galardones, destacamos el Premio Extraordinario de Estudios sobre las culturas originarias de América en el 2013 adscrito al Premio Casa de las Américas con su trabajo titulado: “La ciudad ajena: subjetividades de origen Mapuche en el espacio urbano” por su gran atingencia en el contexto nacional actual.
Pensamos que el trabajo de la Dr. Guerra es tremendamente valioso en cuando a pensar y re-pensar las ciudades dado que nos entrega una visión profunda sobre los aspectos espaciales y territoriales en los cuales se desarrollan las narrativas latinoamericanas. Esto nos acerca a un conocimiento primordialmente invisibilizado como lo son las experiencias de las y los disidentes en los contextos urbanos. Además, la Dr. Guerra se acerca a estos conocimientos usando una gran creatividad como alta profundidad de análisis y crítica tanto epistemológica como en lo teórica. Por lo mismo, esta entrevista está enfocada a conocer algunas de sus apreciaciones en cuanto a las distintas formas de experimentar los espacios dependiendo de los factores de género, raza, y/o cultura, y cómo ello se relaciona con las jerarquías de poder.
Desde los inicios de su carrera ha estado centrada en los estudios de la literatura latinoamericana, especialmente desde la perspectiva de la mujer. En ese sentido, ¿Cuáles son las principales diferencias que existen entre la narrativa de mujeres en comparación con la de los hombres en términos de la relación sujeto-espacio/territorio?
Las diferencias que existen entre la narrativa de mujeres y aquella escrita por los hombres se insertan en el amplio contexto de las diferencias de género. La ciudad, como la mayoría de las construcciones culturales, fue diseñada desde una perspectiva masculina que asignaba el espacio público a los hombres y la casa a la mujer en su rol primario de madre y esposa. Discriminación espacial que se reitera a nivel de los estudios teóricos: mientras existen cientos de libros sobre los espacios públicos de la ciudad, hay muy pocos estudios acerca de la casa como espacio privado aunque, contradictoriamente, las casas forman parte importante de la ciudad. En la narrativa latinoamericana escrita por hombres, proliferan los imaginarios urbanos que hacen de la ciudad: un emblema de la nación, el sitio de la memoria, el espacio de trayectorias cotidianas, aventuras y procesos espirituales del personaje masculino. En contraste, en la mayoría de los relatos escritos por mujeres, especialmente desde el siglo XIX hasta la década de los ochenta del siglo XX, predomina el espacio de la casa. Contradiciendo las mistificaciones masculinas acerca de la casa concebida como espacio protector muy semejante al útero maternal (Bachelard), las escritoras elaboran la casa como: espacio de opresión (tumba en el caso de La última niebla de María Luisa Bombal publicada en 1935), sitio de la historia silenciada de las mujeres y de una genealogía familiar, margen transgresivo que se opone al Orden Masculino y lugar de alianzas femeninas que, en el caso de Maldita yo entre las mujeres (1991) de Mercedes Valdivieso, propone estas alianzas desde la perspectiva feminista de Luce Irigaray.
En sus investigaciones se ha expuesto que las experiencias en los espacios urbanos dependen en gran medida de quién/es sea/n las y los que permanezcan o transiten por ellos. En ese sentido, ¿Cuáles son las principales diferencias descritas en términos de cuerpos y espacios?
Esta disparidad genérica pone de manifiesto que mientras en la narrativa escrita por hombres, el sujeto masculino mantiene una relación dialógica con la ciudad como espacio propio, en el caso de los textos escritos por mujeres, ese ámbito público deviene en un espacio en blanco o en un espacio intimidador que nuevamente nos refiere al contexto más amplio de las diferencias genéricas. Para la mujer, los espacios públicos de la ciudad representan el peligro de una agresión sexual o un robo por ser considerada “físicamente más débil que el hombre”. Por otra parte, su cuerpo se moviliza en un espacio en el cual abundan y se exhiben los códigos de género creados por un sistema patriarcal que hecho de ella un Objeto del Deseo. Valga solo mencionar el caso del Metro en Ciudad de México donde el gobierno se vio forzado a asignar carros separados para hombres y mujeres con el objetivo de evitar los frecuentes acosos sexuales a las mujeres. Desde una perspectiva epistemológica, la ciudad resulta ser un espacio que da prioridad a “lo masculino” tanto en el predominio de diseños arquitectónicos que favorecen la verticalidad falogocéntrica como en los signos emblemáticos de una nación basada en paradigmas hegemónicos masculinos.
En el libro “Ciudad, género e imaginarios urbanos en la narrativa latinoamericana” son develadas diversas dicotomías que tienen lugar en los espacios urbanos de la literatura -canónica, latinoamericana. ¿Podría explicarnos brevemente cuáles son y cuáles son las relaciones de poder que son posibles trazar en ellas?
Sin duda, la ciudad reafirma la posición de sujeto en el caso del hombre y el lugar subalterno que se le ha asignado a la mujer en su calidad de otro subordinado. Tras el poder económico que determina centros y periferias, subyace el poder patriarcal en una distribución genérica que reafirma las nociones convencionales de “lo masculino” y “lo femenino” simultáneamente imponiendo a las subjetividades femeninas un patrón masculino que omite aspectos específicos de la condición de ser mujer. Del mismo modo como en estas últimas décadas se han tomado en cuenta las necesidades de las personas discapacitadas, algún día la menstruación cada 28 días en la vida de una mujer, debería dejar de ser un tabú del cual no se habla y se debería exigir que los baños de todos los espacios públicos y sitios de trabajo tuvieran una máquina que proveyera tampones por una pequeña suma de dinero. (Lo mismo debería ocurrir con los condones). La llegada imprevista de una menstruación provoca una verdadera odisea en busca de un tampón mientras baja la sangre que empieza a manchar la ropa o correr entre los muslos en calles y edificios totalmente indiferentes a los procesos biológicos de nuestro cuerpo. Tampoco se ha diseñado un sistema que provea un trato especial a la mujer embarazada que debería estar en primer lugar en las colas del tránsito colectivo, los supermercados o las oficinas burocráticas y además debería contar con un servicio especial para ser trasladada en caso de náuseas y vómitos durante los tres primeros meses y la dificultad de movimiento en los otros seis meses. Después del diagnóstico médico de embarazo, ella debería recibir un token para utilizar en su teléfono celular en caso que necesite transporte o ayuda médica y para evitar abusos, una vez nacido el bebé, debe devolver dicho token. También debería ser obligatorio que todos los baños de lugares públicos tuvieran una pequeña plataforma adosada a la pared para cambiar pañales a los bebés.
Por último, en los estudios que ha realizado sobre el pueblo Mapuche y su cultura, usted ha declarado que tanto invisibilizar como ignorar son una manera de colonizar y controlar. Podría explicarnos cómo operan estos mecanismos de control sobre los cuerpos, enfatizando el rol que cumplen las ciudades en términos biopolíticos.
Desde una perspectiva biopolítica, el Estado chileno ha optado por ignorar las diferencias étnicas en un mecanismo de poder muy similar a las omisiones que se han hecho de la especificidad del cuerpo de la mujer en el ámbito público. A un sistema epistemológico dominado por Lo Mismo (Foucault) en el cual se ignoran las diferencias para imponer lo masculino como norma única, se agregan las diferencias culturales que son borradas por una hegemonía blanca y masculina que impone un colonialismo interno. Dentro de este contexto, los mapuches que emigran a la ciudad no tienen otra alternativa que “asimilarse” a este nuevo entorno urbano que ignora y discrimina en contra de su cultura. “Comportarse como chileno” implica una verdadera mutilación de su identidad en un espacio ajeno que cancela, de manera radical, su propio lenguaje y el lazo ancestral entre cuerpo y naturaleza según sus creencias religiosas. La intención biopolítica de crear parques como parte de la higiene y la recreación (según conceptos del siglo XIX) para colaborar con la buena salud de los ciudadanos podría servir de “inspiración” para crear en una sociedad más justa, espacios naturales que satisfagan las necesidades espirituales de los mapuches urbanos donde también podrían existir réplicas de sus íconos culturales y su modo de vida que incluye comidas, costumbres y tipos de vivienda. Estos “parques étnicos” (por darle un nombre, aunque lo ideal sería que llevaran un nombre en mapudungun) darían también visibilidad a la cultura mapuche en un espacio urbano que se ha empeñado en borrarla y no darle la legitimidad que tanto se merece.
Agradecemos profundamente la colaboración de la académica Dr. Lucía Guerra hacia nuestro espacio y esperamos que las y los lectores se animen a comentarnos sus propias percepciones sobre sus experiencias en el espacio urbano.